He dejado pasar varios meses antes de lanzarme de cabeza al último capítulo de esta gran aventura. Han madurado las impresiones y se han evaporado los olores.
Marsella ha supuesto un gran avance, un estupendo momento. Ha sido una enorme suerte. Eso ha sido. Unos meses repletos de aventuras, de momentos dulces y de algún que otro llanto. Me faltan adjetivos positivos, ciertamente. Se que este año no hubiera sido igual sin mi niño, que gracias a él he podido sobrevivir, que todo lo bueno que recuerdo está impregnado por su sonrisa. He aprendido mucho, he peleado mucho con los niños y con las profesoras, he crecido a base de patadas y caídas por las escaleras... Ahora recuerdo con cariño las cenas de chino, lo corto de los telediarios en TF1 y las risas con Canteloup, las malditas escaleras y el barrio lleno de peña negrita de pie en mitad de la calle. El sabor de las ensaladas de verdad y los paseos por la Corniche al atardecer... Aquella vez que nos nevó o cuando fuimos al crucero con la que estaba cayendo... Los nervios de las primeras clases y lo pequeño que nos parecía el pisito. La de arañas que matamos y el frío que pasamos. El quedarme dormida en el sofá esperando que Álvaro terminase de estudiar y las enfermedades que pasamos. El viaje a Barcelona con el coche hasta arriba y las ganas de alejarnos del mistral. Y otras tantas cosas que me habré dejado en el tintero pero que recuerdo igualmente.
Nuestros primeros meses en nuestra casita, a nuestro aire... Gracias.